Acuarela

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miércoles, 17 de julio de 2013

El camino hasta las Navas I

Guadiana cerca de Calatrava la Vieja
El día 20 de junio de 1212 salió de Toledo la vanguardia del ejército, comandado por Diego López de Haro, V señor de Vizcaya. Lo acompañaba el arzobispo de Narbona D. Arnaldo. Componían esta vanguardia las tropas procedentes de las montañas de Castilla (las actuales Merindades de la provincia de Burgos) y los cruzados ultramontanos. Paulatinamente salió el resto del ejército, haciéndolo finalmente la zaga, mandada por el propio Alfonso VIII, con el monarca catalano-aragonés y el arzobispo Jiménez de Rada.

El plan de marcha preveía acampar cada día a orillas de un río.
20 junio Guajaraz
21 junio Guazalete (Valdecabras)
22 junio Algodor

El día 24, la vanguardia de los ultramontanos asaltaron y tomaron el castillo de Malagón sin esperar la llegada de las fuerzas de Alfonso VIII y Pedro II, atacaron y conquistaron en una hora las cuatro torres laterales, mientras que la torre central cayó durante la noche pasando a cuchillo a todos sus defensores. El 25 de junio llegó a Malagón el resto del ejército.

El 27, el ejército cruzó el río Guadiana y sitió Calatrava, (la actual Calatrava la Vieja). Una bien defendida fortaleza, inaccesible por el Norte -resguardada por el río- y con sus 600 metros de perímetro protegidos por fuertes bastiones, fosos, torreones y baluartes, que la hacían imbatible, salvo mediante un largo asedio.

El asalto tuvo lugar el día de san Pablo. Consiguió la victoria el ataque lanzado por el lado del río, el más difícil, gracias a la incontenible acometida de Pedro II, apoyado por los ultramontanos de Vienne y los Caballeros de Calatrava. Al día siguiente las tropas ultramontanas, después de agrias discusiones, desconfiados de las intenciones de Alfonso VIII, el calor y las carencias logísticas, decidieron abandonar la campaña, "volviendo a su tierra sin honra ni gloria".

Sigue, a continuación, la crónica del arzobispo de Toledo, que participó en la empresa:
"Así pues, avanzando todos a la par desde allí, llegamos a Calatrava. Por su parte, los agarenos que en aquel lugar resistían inventaron fabricar unos abrojos de hierro y los esparcieron por todos los vados del río Guadiana; y como tenían cuatro punzones, quedaba uno de ellos hacía arriba sea cual fuese la forma en que cayeran, y se clavaban en los pies de las personas y en los cascos de los caballos. Pero como las invenciones de los hombres nada pueden contra la providencia de Dios, la voluntad de Dios fue que escasísimos, o casi ninguno, se hirieran con aquellos abrojos; y sobre la mano de la gracia de Dios, a modo de puente, atravesamos el río Guadiana y acampamos en derredor de Calatrava. Por su parte, los agarenos habían asegurado de tal manera aquella fortaleza con armas, estandartes e ingenios en lo alto de los torreones, que parecía bastante dificultoso asaltarla a quien lo intentara. Además, aunque esa fortaleza está en terreno llano, sin embargo una parte de su muralla es inaccesible al lindar con el río; por las otras partes está tan defendida por la muralla, los bastiones, fosos, torreones y baluartes, que parecía imbatible sin un largo castigo de los ingenios (...) Aprestadas las armas y repartidas entre países y príncipes las distintas zonas de la fortaleza, invocando el nombre de la fe arremetieron contra la fortaleza. Y por la gracia de Dios sucedió de tal modo que, en el domingo después de la festividad de San Pablo, ahuyentados los árabes, tornó Calatrava a manos del noble rey, e inmediatamente fue guarnecida por los frailes que tiempo atrás tenían allí su sede y devuelta al poder cristiano. Por su parte el noble rey no se reservó ninguna de las cosas que allí se encontraron, sino que se lo dejó todo a los ultramontanos y al rey de los aragoneses. Pero corno el enemigo del género humano no deja de malquerer las obras cristianas, introdujo a Satán en el ejército de caridad y encizañó los corazones de los envidiosos; y quienes se habían aprestado para la contienda de la fe dieron marcha atrás en sus buenas intenciones. Pues casi todos los ultramontanos, dejadas las enseñas de la cruz, abandonados también los trabajos de la batalla, tomaron en común la determinación de regresar a sus tierras. Por su parte el noble rey les hizo participes de los víveres de los suyos, proporcionó a todos cuanto precisaban; pero ni aun así pudo revocarse la obcecada resolución, es más, se marcharon todos en masa sin pena ni gloria, salvo el venerable arzobispo Arnoldo de Narbona, que con todos los que pudo reunir y con muchos nobles de la provincia de Vienne perseveró en su buena disposición sin apartarse nunca del bien. Y eran alrededor de ciento treinta caballeros; además de los infantes, de los que también se quedaron algunos. También se quedó Teobaldo de Blazón, de tierras de Poitou, persona noble y valerosa, hispano de origen y de familia castellana. El rey de los aragoneses continuó con todos los suyos hasta el final, unido al noble rey con inquebrantable amistad (...) Y así, tras la partida de los que abandonaron la cruz de Dios ante las dificultades, los hispanos solos, junto con los pocos ultramontanos citados más arriba, iniciaron esperanzados el camino hacia la batalla del Señor. Y en primer lugar llegaron a Alarcos, y habiendo acampado allí se apoderaron de la plaza, aparte de otros castillos cercanos. Durante aquel alto llegó el rey Sancho de Navarra..." 

Paralelamente al recorrido que a finales de junio y principios de julio el rey hizo con el arzobispo Jiménez de Rada en dirección a Alarcos, los maestres de las Órdenes de Calatrava y Santiago fueron enviados por el rey para allanar las fortalezas existentes por en el campo laminitano. Y así encontraron ya abandonadas y saqueadas por los mismos moros las de Baraxas y Moratalaz, pero no el Tocón de Membrilla. Es tradición que los maestres llegaron el 30 de junio, a las inmediaciones del castillo del Tocón y tras dos días de asedio y lucha lo sometieron dejando allí una guarnición al mando de Meléndez Arias de Talavera, pariente del maestre de la Orden de Santiago, D. Pedro Arias, por el valor demostrado en el asalto al castillo. Partiendo ellos con las tropas para reunirse el 4 de julio con el grueso del ejército y el rey ante Alarcos donde se habían citado[1].

Anexo 14) Diego López de Haro

Llamado el Bueno o también el Malo (1152-1214). Fue un magnate de primera importancia en el Reino de Castilla durante el reinado de Alfonso VIII. Desempeñó un papel decisivo en el ascenso del linaje Haro que iba a dominar la sociedad política castellana y después castellano-leonesa, durante todo el siglo XIII. Una lucha de propaganda alrededor de este personaje clave entre sus sucesores y la monarquía, en un momento de graves disturbios políticos condujo, a finales del siglo XIII, a la elaboración de una imagen negra y de una leyenda dorada, que acabaron en la elaboración de sus apodos opuestos.

Al mando de la retaguardia, participó en la Batalla de Alarcos contra los Almohades en 1195, y a la defensa del territorio después de la derrota castellana. Le apartó el soberano a partir de 1199, cuando le quitó el oficio de alférez para provecho del conde Álvaro Núñez de Lara. Diego López se exilió entre 1201 y 1206, pasando al servicio de Navarra, y después de León. 

Cuando Diego López decidió volver en Castilla, en 1206, Alfonso VIII puso de nuevo su confianza en él como alférez, antes de pasar de nuevo el cargo a Álvaro Núñez en 1208. Aquel mismo año, el rey nombró a Diego López uno de sus cinco albaceas. En 1212, le puso al mando de uno de los tres ejércitos cristianos en la Batalla de Las Navas de Tolosa que permitió derrumbar la potencia almohade en Al-Andalus. 

Anexo 15) Calatrava la Vieja[2]

Calatrava ocupa un cerro amesetado de unas 5 ha de extensión cuya única defensa natural sólida la proporcionaba el río Guadiana, al norte. La relativa accesibilidad del cerro fue paliada mediante la construcción de sólidas murallas y de un foso húmedo artificial que convirtió a la ciudad en una verdadera isla. En el cerro se distinguen dos zonas: el alcázar, al este, y la medina, que ocupa el resto de la superficie. Al exterior se extendían los arrabales.

El alcázar de Calatrava se sitúa junto a la entrada del foso. En época islámica albergó los centros de poder de la ciudad, por lo que congrega los elementos defensivos más significativos. Destacan las dos torres pentagonales en proa, las dos torres albarranas y el “arco triunfal” que defendía la puerta de comunicación con la medina. Un foso seco y diversos antemuros completaban la defensa de su frente occidental.

La muralla de la medina fue edificada, en su mayor parte, en época omeya. Está jalonada por más de treinta torres de flanqueo, y su defensa se completaba con antemuros que formaban lizas a diferentes alturas. Además, el recinto se encuentra rodeado por un foso húmedo artificial de 700 metros de longitud y 10 metros de profundidad, excavado en la roca e inundado por las aguas del Guadiana.

En Calatrava se han documentado dos puertas en recodo de época omeya. La más notable daba entrada a la medina desde el sur. Se halla integrada en un complejo defensivo que conoció diversas reformas a lo largo de su vida útil, y responde al conocido esquema de antepuerta, puerta y doble recodo. El paso del foso se salvaba por medio de un puente de fábrica con pilas y arcos de ladrillo.

LA MEDINA

Se localiza al oeste del alcázar, y ocupa la mayor parte de cerro. Constituye el núcleo principal de la vida urbana, y en ella habitaba la población civil. En la actualidad apenas presenta restos visibles en superficie. No obstante, es evidente que conserva su estructura urbana completa. Según diversas fuentes escritas de la época, existieron varias mezquitas, baños, tiendas y hornos, entre otros elementos propios de cualquier ciudad andalusí.

EL ALCÁZAR ANDALUSÍ

En época islámica, el alcázar estuvo ocupado por grandes edificios distribuidos en torno a un patio que articulaba los recorridos. Al patio se accedía por medio de un zaguán conectado con la puerta en recodo del sector del río. Destaca la sala de audiencias, construida en el siglo XI, que conserva los restos de los seis arcos-diafragma de herradura que sostenían la cubierta, y dos nichos abovedados: el oriental cobija una piscina, mientras que el occidental alojaba el salón del trono.

Otro elemento significativo es el aljibe, localizado frente a la puerta de comunicación con la medina y cubierto con bóveda de medio cañón. En época cristiana fue transformado en mazmorra: en su interior se conservan los grafitos realizados por los prisioneros, en los que se representan escenas de cetrería, armas y fortalezas.

EL ALCÁZAR CASTELLANO

Tras la primera conquista castellana (1147) sólo se ocupó la mitad meridional del alcázar.

Los templarios comenzaron a construir una iglesia de grandes proporciones que quedaría inacabada. A partir de su nacimiento en 1158, la Orden de Calatrava construyó su propia iglesia, integrada en un edificio conventual que estuvo en constante transformación hasta comienzos del siglo XV, en que fue abandonado.

El nuevo conglomerado agrupaba espacios domésticos y administrativos distribuidos en torno a un claustro triangular.

Anexo 16) Santuario de Ntra. Sra. de la Encarnación de Carrión de Calatrava[3]

Ubicado en las cercanías de Calatrava la Vieja en el denominado arrabal oriental y construido sobre una antigua mezquita que fue transformada en iglesia cristiana tras la victoria en las Navas bajo la advocación de Nuestra Señora de los Mártires en recuerdo de los freires, caballeros y clérigos muertos en 1195.

Las reformas y ampliaciones posteriores han dado lugar al actual santuario de Nuestra Señora de la Encarnación, cofradía que se fundó en 1642.

[1] Este recorrido de los caballeros de las Ordenes Militares han sido estudiadas por Corchado Soriano, García Noblejas y Almarcha Jiménez basándose en un manuscrito de 1782 poco fiable para el profesor Ruiz Gómez. 
[2] HERVÁS HERRERA, Miguel Ángel y RETUERCE VELASCO, Manuel, “Calatrava la Vieja, primera sede de la orden militar de Calatrava)” Actas del I Congreso Internacional sobre el 850 aniversario de la fundación de la Orden de Calatrava, IEM, 2009. Páginas 83- 140 
[3] HERVÁS HERRERA, Miguel Ángel y RETUERCE VELASCO, Manuel, Op. Cit.. Páginas 83- 140

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